Nuevo de Music City
No Es Danza Macabra, Es Ballet Con Identidad
(English Version here)
Cuán afortunados son aquellos en quienes sus recuerdos se revelan con nitidez y movimiento. Aún más afortunado es el que es capaz de replicarlos para que permanezcan en la memoria colectiva. Mi maestro de guitarra me decía “Si lograste ver dos ligeras bailarinas danzar, mi interpretación habrá cumplido su propósito.” Ese mismo propósito que inspira los trazos de un artista y los versos del compositor. Ese deseo ambicioso de hacer palpable la imaginación. Y esas bailarinas no son solo un espectro de su creador; su danza es recíproca y transforma la materialidad en movimiento. Los pasos convierten la retórica en un objeto tridimensional, más sin embargo, el espectador conserva la autonomía en su interpretación. En ese instante la remembranza cumple un ciclo impregnando la escena con la historia de cada individuo. Tras bambalinas, sobre el escenario y en las butacas, se ha bordado un tapiz en homenaje a la memoria. Lúcido y lleno de flores como los trajes chiapanecos.
Desde los prolijos arabescos de las máscaras hasta el sentido altar como centro de la escenografía, Día De Los Muertos es un montaje que se destaca por el cuidado de los detalles. La esencia de esta tradición narrada a través de la inspiración artística de Diego Rivera, Frida Kahlo, Carlos Chávez y Lola Álvarez Bravo inicia como un gran acierto en la creación del guion. La incorporación de elementos folklóricos como los mariachis y los alebrijes junto con las figuras místicas de La Catrina y La Bruja, le dieron un toque mágico a la historia. Maria Konrad y el equipo artístico y de producción honraron con elegancia y emotividad la cultura mexicana.
Se me escaparán muchos elementos, así que ya pueden hacerse una idea de la abundancia creativa en este show. Comenzaré por La Catrina al ser uno de los ejes principales no solo en el montaje sino en su significado para la tradición mexicana. Si bien este personaje está inspirado en la versión de Diego Rivera en su célebre obra “Sueño de una Tarde Dominical en la Alameda Central”, la figura se basa en La Calavera Garbancera del también artista mexicano José Guadalupe Posada. La ilustración es una crítica a los indígenas vendedores de garbanzo que menospreciaban sus orígenes y aparentaban una posición social superior. “En los huesos, pero con sombrero francés con plumas de avestruz” la describió Posada. En la obra de Rivera, el personaje aparece de cuerpo completo con un traje acorde al característico sombrero, pero con detalles mesoamericanos como la bufanda en forma de Quetzalcóatl (serpiente emplumada). Rivera le da un lugar especial entre las 150 figuras que se incluyeron en esta obra magna. La Catrina, como el artista la renombró, representa a cada ser humano que, despojado de su apariencia, comparte con sus semejantes la misma estructura y el mismo final.
Entre los diferentes estilos de danza que se incluyeron en el montaje, La Catrina tomó ventaja de la técnica de punta del ballet clásico para representar su naturaleza estilizada. Además de eso, sus pasos eran lo suficientemente sonoros para reforzar la cualidad “idiofónica” de sus huesos. El personaje aparece estampado en un lienzo durante el proceso de su creación en lo que podría imaginarse como el estudio de Rivera. Allí el pintor comparte su pasión artística con Frida Kahlo mientras da unas últimas pinceladas hasta convertir la figura en una bailarina que se une con sus movimientos al romanticismo de la escena.
El traje de Frida Kahlo estuvo también inspirado en una pieza de arte, su autorretrato “La columna rota”. Esta pintura representa la fortaleza de su cuerpo y de su alma al mantenerse en pie a pesar de haber sufrido un accidente prácticamente mortal. Las flores bordadas en su falda fueron replicadas en el traje de Rivera reforzando el vínculo de la pareja. La interacción de sus movimientos era cómplice y prolongada, fluyendo en perfecta armonía. En las siguientes escenas se une el compositor Carlos Chávez con un aire de feria, movimientos torpes y zafados que me recordaron al reconocido actor de comedia Cantinflas. La fotógrafa Lola Álvarez Bravo, en contraposición, es ligera, flexible y llena cada espacio del escenario mientras obtiene las mejores capturas con su cámara. A esta celebración de la vida y de la amistad entre los artistas, se une el grupo de mariachis y las bailarinas folklóricas. Los pasos son una mixtura de jarabe tapatío y danza moderna.
La selección musical de este ballet es otro gran acierto; incorpora la música tradicional y mariachi con lapsos de electrónica. El paisaje sonoro se torna también cinematográfico con las propuestas modernas de Gustavo Santaolalla y el dueto de guitarristas Rodrigo y Gabriela. El plano terrenal parece ser lo suficientemente fantástico, sin embargo, el altar en la escenografía actúa como el portal que nos guiará hacia el mundo de la eternidad. Encontré muy hermosa la sección en la que los bailarines representan cada uno de los gustos de la persona que se está honrando. Uno de ellos ejecuta hábiles ‘toques’ con el balón de fútbol para luego sumarlo a las ofrendas del altar. Entre estos objetos se encuentran también los ‘alebrijes’, guardianes espirituales de naturaleza zoomorfa cuyo propósito es el de guiar la travesía del alma. Estos seres mágicos se transforman en bailarines de colores y personalidades diversas, representando las cualidades que hacen único e irrepetible a cada mortal.
En unión con la celebración del Día de Los Muertos y la música se engendra el último personaje del elenco, La Bruja. La canción en son popular jarocho y que lleva el mismo nombre, se ha convertido en el himno de esta fiesta popular. La letra se inspira en la leyenda de una seductora mujer que preserva su corporeidad bebiendo sangre de niños y de adultos. El clímax del ballet se consolida en esta escena donde cada uno de los personajes interactúa con La Bruja y la subjetividad de la muerte. La escenografía se torna oscura y las faldas tradicionales emanan luces de colores consiguiendo un efecto supremo con los movimientos de la danza. El traje de La Bruja se enciende también, y cuando la bailarina extiende el amplio tamaño de la falda se revela un brillante cúmulo de estrellas. Este momento de fantasía y emotividad captura ingeniosamente la noche del primero de noviembre en el que las calles se revisten de candelas.
El montaje concluye con un racimo de voces superpuestas que mencionan los nombres y el vínculo con aquellos seres que permanecen en la memoria de cada persona. Los bailarines van dando fin a sus movimientos mientras se ubican en una especie de retrato que evoca nuevamente la obra muralista de Diego Rivera. Este cuadro final no se compone solamente por los artistas en escena, sino por artesanos, músicos, diseñadores y técnicos de una creatividad insaciable y un compromiso con el arte, la cultura y la remembranza humana como esencia de nuestra existencia.