Entre Dos Mundos: La Revolución Musical del Lafayette Tour
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El Schermerhorn Symphony Center parece haberse anticipado a la celebración del Bicentenario del Tour de Lafayette, al erigirse arquitectónicamente en el estilo neoclásico y situarse a tan solo unos metros del río Cumberland. En esta ocasión, el murmullo de los pasillos intercambiaba diálogos en francés mientras los invitados se dirigían a la recepción de honor. El Marqués de Lafayette arribó de nuevo a Nashville, esta vez convertido en una abstracción de memoria y tecnología.
l’Orchestre national Auvergne-Rhône-Alpes trazó la ruta del Tour de Lafayette para conmemorar la segunda visita del Marqués a un país que lo esperaba con los brazos abiertos con profundo honor y agradecimiento. En el panorama de la Revolución de Estados Unidos, Lafayette se unió al combate por la independencia colonial, abrazó los ideales de los derechos humanos y defendió la abolición de la esclavitud, aunque su visión progresista encontró límites en la práctica de ese tiempo. Qué mejor elección para abrir este marco histórico que el trabajo musical del Chevalier de Saint-Georges (1745-1799); compositor mestizo originario de Guadalupe y quien gozó del privilegio de ser libre y desarrollar su maestría artística en la ciudad de París. El programa inició con la obertura de L’Amant Anonyme, la única de sus seis óperas que se conserva completa posiblemente por causa de la tan desafortunada e intransigente Ley del 20 de Mayo de 1802, promulgada por Napoleón Bonaparte para reinstaurar la esclavitud y borrar cualquier registro de la participación negra en Francia.

La obra se introdujo luego de una formidable animación que se proyectó en el fondo del escenario, y que sería el hilo conductor de la historia de la Revolución y el repertorio musical durante todo el concierto. Recreando el estilo político y aristocrático de la pintura neoclásica, el estudio francés Holymage, reconocido por su extraordinaria creación de experiencias visuales para eventos artísticos de gran magnitud en el que se destaca el mapeo de la Catedral Notre Dame de Laon, el Palacio de Chantilly y el Arco del Triunfo, convirtió la pantalla del auditorio en un gran lienzo con el tradicional marco dorado de la época. Los personajes al óleo recobraron vida e interactuaron en cada una de las memorables aventuras del Marqués. El detalle y natural movimiento de los trajes, el ondulante océano y el altivo galopar de los caballos, junto con los efectos de transición entre escenas, enajenaron los sentidos del público. Cada intervención audiovisual finalizaba con las notas al programa de la obra que se interpretaría, consiguiendo que la narrativa musical participara como elemento inherente del contexto histórico.

El contraste entre el carácter galante de la obertura y la siguiente obra, Andante for Strings de Ruth Crawford Seeger, incitó una reflexión altruista para reafirmar el objetivo de la conmemoración. En la narración se mencionó a la escuadrilla de la Aeronáutica Militar “Lafayette,” un grupo de pilotos voluntarios estadounidenses que lucharon por Francia en la Primera Guerra Mundial antes de que su país entrara oficialmente en el conflicto. Evidentemente, era preciso incluir en el programa a un compositor del “Nuevo Mundo,” y cabe suponer, basándome en la motivación de incluir al Chevalier de Saint-Georges, que Seeger representa a otra “minoría” dentro del contexto político y artístico de la cultura occidental. El espíritu visionario que caracterizó tanto su obra compositiva como su labor académica y pedagógica pavimentó un valioso legado en el entorno musical estadounidense, a través de innovaciones “ultramodernas” y de la revitalización de la tradición folklórica. En esta transición de la simetría clásica hacia el paradigma atonal, l’Orchestre national Auvergne-Rhône-Alpes demostró ser un ensamble camaleónico, capaz de captar la esencia genuina de cada estilo. Personalmente, su ejecución me cautivó; en décadas anteriores, la aproximación europea a músicas trasatlánticas solía restar autenticidad a la interpretación.
Acto seguido, el director austriaco Thomas Zehetmair se presenta en el escenario con un traje diferente y sosteniendo un violín. Apoyando con algunas arcadas introduce el Concierto No. 5 en La mayor de un entonces joven Wolfgang Amadeus Mozart. En la interpretación de conciertos para solista generalmente se experimenta una atmósfera ansiosa entre los músicos. No es para menos la responsabilidad de la orquesta de procurar un soporte sólido en el acompañamiento, el sentido intuitivo del director para ceder ante el discurso del solista, y este último, desnudo y en absoluto control técnico y emocional. En esta ocasión el compromiso aumentaba al ser justamente el director quien tomaría el rol de protagonista. Sin embargo, cada movimiento sucedió en un diálogo recíproco que permitió a cada frase, a cada cadenza, respirar con la justedad necesaria. El manejo preciso de dinámicas y articulaciones nos devolvió al encanto natural de la música de salón.

La interpretación de Zehetmair no fue más que una confirmación de su herencia mozartiana. Nacido en Salzburgo, su carrera musical asentó sus bases en la escuela clásica, haciéndolo merecedor a sus 17 años del primer premio en el Concurso Internacional de Mozart. A partir de ahí, su extensivo viaje por el repertorio violinístico lo ha convertido en un referente internacional. La siguiente obra, Passacaglia, burlesque and chorale for string orchestra, una sorpresa más de este extraordinario evento por tratarse de un estreno mundial reveló otra faceta del director de orquesta. Atraído por la versatilidad de la música contemporánea, Zehetmair se ha abierto camino también en el terreno de la composición. A partir del tan solo significado ecléctico en el título de la obra, pueden hacerse una idea de la interrelación de formas tradicionales en un lenguaje sonoro moderno. La conducción armónica y rítmica se desenvolvieron en amplias texturas y articulaciones características de un período que pretende agotar cualquier recurso tímbrico posible.
En este punto, la conversación generacional del concierto se vuelve evidente, y no es de sorprender que el acto cierre con otro gran promotor de los ideales de la Revolución. La Gran Fuga en Si Bemol Mayor de Ludwig van Beethoven, si bien se ajusta al programa contrastante, es también una pieza de gran elocuencia en este escenario de estilo pluralista. Compuesta originalmente como el movimiento final del Cuarteto de Cuerdas No. 13, fue duramente criticada en su época por ser “excéntrica” e “incomprensible.” Sin embargo, para los compositores y analistas posteriores, representa un dominio vanguardista de la forma barroca, capaz de transformar el material musical en una parábola de múltiples conclusiones. La experiencia estaba completa, y el público receptivo se sumió en cada una de las alegorías propuestas. Acostumbrada a que todo buen concierto culmine con un bis, Zehetmair regresa al escenario para ofrecernos una dosis adicional del spirito austriaco, interpretando el Cuarto Movimiento de la Sinfonía No. 29 de Mozart. Con estas melodías el Marqués se despide, retomando su travesía en el barco de vapor hacia las tierras capitalinas.