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Norma y la Reinvención de la Tragedia: Reflexiones desde Florencia 

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En la cuna del humanismo cada dimensión del ser se erige en un fascinante balance entre el pasado y la contemporaneidad. La introspección espiritual resuena en acústicas esferas impregnadas de pigmentos y de ambición. La estética se sobrepone a la dicotomía moral y los obstinados lapsos de ingenio desprenden un aroma que distrae a la conciencia. Aunque ajena a la abstracción florentina, la esencia de Norma alberga intricados desafíos internos en su efigie de perfección.

Adalgisa y Pollione © Michele Monasta-Maggio Musicale Fiorentino

Los días 9,11,16 y 18 de marzo, el Teatro Maggio Musicale Fiorentino (antiguo Teatro Comunale) recibe por sexta vez el montaje de la ópera Norma de Vincenzo Bellini. La moderna maquinaria escénica dio libertad a las vanguardistas aspiraciones del director de escena Andrea De Rosa para que la experiencia visual acentuara las particularidades de la historia. El diseño circular semi inclinado de madera ámbar del auditorio, se integró perfectamente con la representación en bronce de la casta diva cuyo esplendor cubrió al público durante gran parte de la obra. El reloj marcaba las 8 P.M. en punto cuando el espíritu marcial de la obertura se abrió paso en una sólida interpretación de la Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino. El telón se levantó revelando a un grupo de soldados camuflados con tan solo sus ojos descubiertos que sometían a los guerreros galos halándolos de sus extensos cabellos. A partir de este momento el entendimiento se separó de la escucha para tratar de descifrar la tan ecléctica representación. El atuendo de las milicias causó estupor; en la incapacidad de comprender inmediatamente esta alegoría, mi subconsciente se sobrecogió ante lo que puede suponer un inminente peligro de deshumanización. Conforme la escena iba avanzando fue posible distinguir que los largos cabellos rubios de las guerreras y guerreros se sujetaban de sus cubrecabezas y de la armadura, respectivamente. 

Andrea de Rosa argumenta que su estilo teatral se enfoca en “observar la actualidad desde otros ángulos” y confirma que los soldados modernos representan la ferocidad de milicias como el ejército estadounidense perpetrando torturas en la prisión iraquí de Abu Ghrab. Esta visión contemporánea se combina con rituales arcaicos en una escena siguiente, en la que, vigilados por el enemigo, los galos a través de la danza sumergieron, sacudieron y golpearon los mechones de cabello contra el agua de un pozo que se erigió como altar ceremonial en medio del escenario. La instalación de claroscuro recreó la atmósfera justa para la mítica aria insignia del bel canto, “Casta Diva.” La soprano australiana Jessica Pratt, reconocida por su maestría en este exigente estilo, articuló cada figura con una frescura y propiedad tales que resultaba difícil creer que este fuera su debut como Norma. El público no logró contenerse e irrumpió la exhalación final con un estruendoso aplauso.

Bellini parece entregar muy pronto la joya de su composición; no obstante, la suprema pericia en el desarrollo melódico, donde cada nota está cuidadosamente pensada para potenciar la prosodia del texto, da lugar a una sucesión de arias, duetos y tríos, que son una fábula para los sentidos. El director Michele Spotti complementa esta opinión con que la “música misma es la palabra” y que a través de la conexión instrumental entre cada escena “el drama fluye en una corriente de emociones y sensaciones que mantienen siempre vivo el discurso musical.” En efecto, ese laberinto de pensamientos que atraviesan Norma, Adalgisa y Pollione, contribuye a que la composición se estimule con repentinas transiciones anímicas. Un ejemplo puntual es el recitativo confesional de Pollione (Mert Süngü) y Flavio (Yaozhou Hou) “Svanir Le Voci.” El estilo declamatorio de Bellini suele tener una articulación más versátil para dar variedad a las prolongadas líneas que dedica a Pollione.   

Oroveso, Clotilde y Norma © Michele Monasta-Maggio Musicale Fiorentino (25)

Si el desprendimiento de la pesada cubierta del pozo que en su lento ascenso fue encarnando la sustancia del satélite natural, parecía ser el efecto más impactante del montaje, el inicio de la séptima escena fue aún más insospechado. El escenario se eleva hasta la mitad, revelando en las profundidades la habitación de un búnker amoblado y protegido con dos puertas de seguridad a los lados. Dos columnas dividen el espacio en tres secciones, separando las distintas secuencias teatrales y musicales que ocurren simultáneamente. En el primer cuadrante, un camarote alberga a una niña y un niño en pijama, que retozan y duermen. Norma, ahora luciendo un atuendo doméstico, reafirma la coexistencia de dos universos. El personaje de Clotilde (Elizaveta Shuvalova) está enteramente comprometido con proteger a los infantes del caos familiar y no pierde oportunidad para estrecharlos y acariciarlos. Un exceso de afecto que roza lo empalagoso. Sin embargo, los niños buscan este contacto, extendiendo sus abrazos a cada personaje presente.  

Norma y los galos © Michele Monasta-Maggio Musicale Fiorentino

Andrea de Rosa recrea este sobrecogedor lienzo para evidenciar que, independientemente de la época, los niños han sido víctimas de crisis intrafamiliares y de la guerra, condenados al aislamiento y al encierro. Fue desgastante presenciar en segundo plano a dos criaturas atrapadas en la monotonía, cuyos altibajos emocionales reflejaban los dilemas de su madre. A pesar de la zozobra, Bellini entrega duetos inspiradores como “Mira o Norma.” La elaborada y cristalina homofonía entre Norma y Adalgisa (Maria Laura Lacobellis) desplegó un resplandor prismático en medio del lúgubre recinto. Posteriormente Pollione encara su falta y se une a la discusión femenil en complicidad melódica con la orquesta.

La introducción al segundo acto ya no tiene un tono marcial, y la sentida melodía de los cellos vaticina una despedida. El escenario regresa al universo de los galos, pero la cuántica introduce un nuevo elemento surrealista: un arsenal de pistolas y fusiles para enfrentar a las milicias. Norma también reemplaza la daga de la historia por un arma de fuego. Sin embargo, no aparece con ella en el búnker con la intención de apagar la vida de sus hijos, un detalle que humaniza aún más al personaje en esta versión. El altar se transforma en una hoguera abstracta, y los mechones de cabello vuelven a participar como símbolo ceremonial antes de convertirse en lazos que amordazan a Norma y Pollione en su sacrificio mortal. La monumental polifonía del final en la que las líneas de Oroveso (Riccardo Zanellato) y el coro se entrelazan suplicantes soportadas por el contundente anuncio de los cornos y la percusión, nos gratifica con la última sorpresa teatral. El escenario se eleva nuevamente y las paredes del búnker están recubiertas de ansiosos garabatos infantiles y palabras como “casa” y “mamma.” Recostada sobre este elocuente muro, yace la niña en un deseo infructuoso de liberarse y a unos pasos su hermano, en conjunto estado de locura. 

Un público familiarizado con la pureza del repertorio italiano estalló en ovaciones para el reparto, el coro y la orquesta. La atemporalidad del montaje y la creatividad en la escenografía y el vestuario, se tradujeron en una exhibición de impecable diseño. Michele Spotti custodió cada nota para que la esencia romántica permaneciera impoluta, y la orquesta encauzó cada dinámica y cada fraseo en amplia excelencia. 

 



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