Un Concierto de Preguntas Sin Respuesta
(English version here)
La lúgubre y húmeda noche del 11 de febrero, se aseguró de desterrar el espíritu deambulante del centro de la ciudad. Era tal la soledad que suscitaba sospecha. Como la abadía del príncipe Próspero, el

auditorio se protegía de la peste helada; uno a uno, cual encuentro clandestino, fue ocupando su sitio en el salón. Tres obras de naturaleza inortodoxa dieron sonido a los “Macabros Acertijos” que los asistentes aceptaron resolver. Tomando las palabras del violista Anthony Parce, en ocasiones la solución de estos acertijos no coincide con nuestras aspiraciones, más sin embargo al final contemplamos que encaja en el rompecabezas del destino.
Riddles, una composición fruto de la creatividad ontológica de Parce, se hizo tangible por primera vez en las manos de Grace Parce (cello), Rachel Miller (arpa) y de su autor. Con decisión, la obra se desata velozmente sobre una autopista de motivos alterados en las cuerdas mientras el arpa acaricia el agua emanando reflexiones lumínicas. Es incierta la hora del día y la procedencia abrupta del swing; tal vez el despreocupado ritmo del jazz es un alivio esporádico en medio de la rumiación. El cello introduce una melancólica línea que se adorna con vaporosos armónicos y pizzicatos en las cuerdas compañeras. Nuevamente la determinación procrastina y la emisora sintoniza un groove fresco con bases percutidas en la madera. La capota del auto se recoge y una cálida corriente de aire golpea en la cara. Un ¾ veraniego se aproxima con reminiscencias de alguna lengua romance en el que las frases gradualmente abandonan la casualidad y se transforman en sucinta pasión. Como un mantra el ostinato aferra a la mente al sosiego; el momento presente produce angustia, pero es la única realidad material. La viola se revela ante la imposición de ser un registro conciliador y se desahoga en un monólogo intenso y carnal. Entre miradas evasivas las tres almas se confiesan y la conversación concluye sin remordimientos.

¿Habrán sentido remordimiento aquellos cortesanos que dejaron a la deriva a sus iguales para resguardarse en el fortín? André Caplet evoca en Conté Fantastique la infalible Máscara de la Muerte Roja de Edgar Allan Poe para reiterar que, aunque se pretenda burlar al tiempo, todo ciclo tiene su fin. El impresionismo no podía seguir evadiendo la crudeza del cambio de siglo; para encarnar esta transformación, el arpa fue una jugada maestra. El compositor aterriza el timbre de fábula de este instrumento a una narrativa asfixiante e indecorosa. Al trio sobre el escenario se unen las violinistas Sarah Page y Charissa Leung para marcar el inicio de la zozobra que se mantendría por los próximos 16 minutos. El cuento se desarrolla en escenarios simultáneos que abrazan el plano físico y emocional. El trazo inicial de la Máscara es desatendido por el festín que sucumbe únicamente a las once campanadas en el arpa. Tal vez suene obstinado que solo me refiera a este instrumento, pero para esta época las cuerdas frotadas ya nos han revelado un lenguaje técnico que el arpa no. Existe una versión alternativa para piano y cuarteto de cuerdas, por lo tanto, ya se pueden dar una idea de que las melodías no se someten esencialmente a contornos diatónicos y cromáticos, sino a bloques armónicos y rítmicos. Esta tendencia puede deberse a que Caplet dentro de su perfil integral como músico, haya incursionado también como percusionista.

La complejidad en el diseño de la obra abstrae de tal manera la concentración de los intérpretes y de la audiencia, que no hay espacio para una ligera divagación mental. El aplauso al final era una mezcla de asombro y de alivio. El programa resarciría toda esta tensión con la lírica de Felix Mendelssohn, pero Anthony Parce de nuevo nos cuestiona acerca de la existencia. El Cuarteto para cuerdas en La menor, Op.13, generalmente se presenta como una pieza sobre el amor, pero Parce especifica que esta es una descripción superflua puesto que a partir de ese sentimiento se desprenden diferentes dilemas que no necesariamente están impregnados de melodías cantábiles. Para esta composición, Mendelssohn musicaliza algunos versos de su canción Frage (Pregunta). Desde el inicio, resuena la interpelación “¿Es verdad?”, que forma parte de una reflexión en la que el compositor anhela que su enamoramiento sea realmente correspondido. Detrás de este pensamiento, el cuarteto revela a un joven Mendelssohn con un marcado interés por el contrapunto imitativo y la fuga. Además, en aquella época coincidieron las publicaciones de los últimos cuartetos de Beethoven, ampliando así el panorama creativo del compositor. A pesar de que el diseño de la pieza se acoge al modelo del período clásico tardío, la construcción y el desarrollo de los temas son intensos y versátiles. Cada voz adquiere un carácter individual, favoreciendo que a través de melodías disjuntas, se aprecie la riqueza y amplitud de su rango.
Conforme la pieza iba avanzando pienso que sí permitió que nos liberáramos de la tensión previa y articuláramos de nuevo con nuestras emociones. Acostumbrada al histrionismo sudamericano, generalmente he percibido una actuación más pudorosa en el escenario sinfónico y camerístico de Nashville. En esta ocasión, siento que la combinación entre Caplet y Mendelssohn motivó a que los intérpretes exteriorizaran sin tapujo sus intenciones. Cabe decir también, que la habilidad de Mendelssohn para componer “canciones sin palabras” le agrega intensidad a la interpretación de las melodías. En el último movimiento esto es más que evidente cuando el violín introduce un recitativo impetuoso y apasionado que despierta la elocuencia de las demás voces. La obra finaliza en un tranquilo adagio con ideas vocales más extensas que nos devuelven nuevamente al juego de acertijos, ¿fue verdad?