del Schermerhorn:
Velada entre danzas y un duelo
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Me atrevo a afirmar que la experiencia deseada por Aaron Copland, Astor Piazzolla y Antonio Estévez en cada composición, fue revelada de manera fascinante el pasado 18 de noviembre en el recinto del Schermerhorn. La Orquesta Sinfónica de Nashville bajo la batuta de Giancarlo Guerrero, y el Coro Sinfónico de Nashville dirigido por Tucker Biddlecombe, definieron con pericia el carácter enérgico y sensual del folklore latinoamericano. En el programa del concierto se conjugaron los paisajes sonoros de las joviales veladas de la capital mexicana en El Salón México, de los pasajes porteños en la Sinfonía Buenos Aires y de la extensa sabana venezolana en la Cantata Criolla.
A grandes rasgos podría pensarse que la selección de este repertorio pretendía sumergir a la audiencia en una gala latinoamericana al azar. No obstante, estas tres obras comparten indicios de una época en la que el arte reclamaba su autonomía, aunque el lenguaje tradicional europeo permaneciera como medio de expresión. Una referencia en común en el estilo de estos tres compositores, gira en torno al tratamiento rítmico y motívico que Igor Stravinsky empleaba en su composición. Tanto Estévez como Copland, reconocieron en el compositor ruso la intrepidez de superponer tonalidades y métricas, así como la inclusión de melodías folklóricas sin caer en la obviedad de la variación o la rearmonización. Un ejemplo de ello es la alternancia de las métricas 2/8 – 15/16 – 17/16 en las líneas del “Diablo” en la Porfía de la Cantata Criolla, mientras que la orquesta permanece en un constante patrón alusivo al corrido llanero (ritmo del joropo). En El Salón México, Copland incluyó una selección de melodías pertenecientes al folklore mexicano, “El Palo Verde”, “La Jesusita” y “El Mosco.”
Extrajo los motivos con mayor potencial y los convirtió en ostinatos que superpuso con fragmentos de las mismas melodías. El argumento de esta deconstrucción está referido en sus palabras: “Mi propósito no era simplemente citarlas literalmente, sino realzarlas sin falsificar en modo alguno su sencillez natural.” Si bien hay varios elementos implícitos de la influencia de Stravinsky en la Sinfonía Buenos Aires, el más evidente es el desplazamiento de las acentuaciones sobre el ritmo base del tango, como sucede en el inconfundible ostinato de la Consagración de la Primavera. Esta característica se ratifica en la orquestación que Piazzolla empleó para enfatizar las acentuaciones. Los timbres de cada sección no se entremezclan reafirmando el impacto de la percusión, y los flautines en acelerados movimientos ascendentes, alteran el ciclo normal en la respiración del oyente. “Maestro, yo soy su alumno a la distancia” le expresó Piazzolla a Stravinsky en un evento en el que coincidieron en Nueva York. Casualmente, Estévez también ansiaba ser alumno del compositor ruso, tanto que se propuso perseguir una beca que le permitiera continuar con sus estudios en la Universidad de Columbia donde él era profesor. A pesar de que consiguió su objetivo, Stravinsky se trasladó a Los Ángeles cuando Estévez arribó en Nueva York.
Otro factor en común en este repertorio es la exploración nacionalista de cada pieza. Los tres compositores emprendieron un viaje a la región que les serviría de inspiración. Copland escribió El Salón México desde su perspectiva como turista de un recinto de baile ubicado en la capital mexicana. En este lugar se reunían los “danzoneros y las rumberas” que no se permitían dejar morir la noche en sus pistas de baile. Estévez se encontró con Florentino y el Diablo entre los desafiantes versos de un poema venezolano, motivándolo a empacar maletas para aventurarse en los pueblos tradicionales de la música llanera de Venezuela. Luego de una infancia neoyorquina, Piazzolla se establece en Buenos Aires con el objetivo de convertirse en un auténtico intérprete del tango. En su alternancia como bandoneonista y estudiante de composición de Alberto Ginastera, Piazzolla obtuvo la revelación de imprimir el timbre de este instrumento en una amalgama orquestal sin precedentes para su Sinfonía Buenos Aires. Es inverosímil cómo a pesar de la complejidad rítmica y armónica en la estructura de cada obra, del laberinto de estados emocionales, anécdotas y climas, la música fluye y no altera su esencia. Las singularidades de la música de banda, el tango y el joropo están latentes de principio a fin en un discurso a veces sugerente y en otros momentos conciso. Cada elemento está dispuesto como si se tratara de una pintura impresionista donde la escena recobra sentido si se observa como un todo.
En una labor semejante a la de Aaron Copland como diplomático cultural en la búsqueda de gemas latinoamericanas, el director Giancarlo Guerrero logró reunir en el mismo escenario artistas de renombre mundial y que son especialistas en el repertorio que se interpretaría. El bandoneonista argentino Daniel Binelli, quien hizo parte del Sexteto Tango Nuevo dirigido por Astor Piazzolla, hizo gala de su virtuosismo al interpretar las partes escritas de los dos bandoneones que se requieren en la Sinfonía Buenos Aires. Los cantantes venezolanos Aquiles Machado (tenor) y Juan Tomás Martínez (barítono), han participado en numerosos montajes de la Cantata Criolla. Su simbiosis con esta obra es evidente; las líneas vocales escritas instan un estilo lírico impregnado de cadencias llaneras, faena completamente conseguida por los dos artistas. La búsqueda de gemas no termina aquí, hay un elemento de valor inestimable en la orquestación de esta cantata, las maracas llaneras. Este instrumento de apariencia sencilla, se reserva los mejores secretos en cuanto a la ejecución. Su academia es el Llano mismo. Por esta razón la sección de percusión requería de un miembro adicional para interpretar esta línea; era imprescindible encontrar un intérprete originario de los Llanos Venezolanos. El clarinetista Alcides Rodríguez, miembro de la Sinfónica de Atlanta, fue el encargado de dar vida a este auténtico resonador del joropo.
Ciertamente es este un magnífico reparto para un fastuoso repertorio. Quienes asistimos a la alucinante charla previa al concierto impartida por el director Giancarlo Guerrero, obtuvimos de primera mano los acontecimientos alrededor del concierto. Sin embargo, dado a su importancia para el evento, era imprescindible que esta información se resaltara también en el programa de mano. Es entendible que el bandoneón en esta oportunidad no era un instrumento solista, pero su participación en un escenario extranjero y naturalmente por la celebridad del intérprete, merecía destacarse en la disposición de la orquesta. Las falencias en la logística obstaculizaron la interacción del público con el maestro Daniel Binelli, así como el reconocimiento final por su magistral interpretación.